Waiheke is “Not to Be Missed!” | ¡No se pierda la isla Waiheke!

English

On Sundays, the area of Auckland where I was staying right next to the AUT (Auckland University of Technology) turns into a skeleton of lonesome buildings devoid of student life. Before I became lonesome myself, I decided to get out of there. The Uber driver who had brought me from the airport to my apartment when I arrived had insisted: Waiheke Island is not to be missed! A cloudless weather prediction and a thin waxing crescent Moon that would set shortly after sunset made this weekend the perfect time to go in search of dark skies. I arrived at the island by the mid-afternoon ferry. After renting a jalopy (“island car,” the agent called it) I ventured out on the first left-sided driving experience of the trip. Roads were quite empty, and there were hardly any tourists, either on the roads, in restaurants, or in my lodging. I had the quaint Wai-Knot (pun intended) Accommodation all to myself. As soon as I settled into my impeccable tiny suite—a converted yellow trailer reconditioned as a stand-alone apartment of sorts—my ears were amazed at the boisterous, complex call of the tui. This beautiful, large, dark, honey feeder native bird has a curved bill and two tiny white pompoms on its throat. The song of the tui is a loud and complicated mixture of tuneful notes interspersed with coughs, grunts, chirps, and wheezes. I had never heard anything like it. I recorded their song several times during my stay in New Zealand, since they are widely spread in both the North and South Islands. I play the recordings often. If I close my eyes, I am back in Aotearoa. Waiheke was my first introduction to the tui’s amazing song, and I fell in love with both the tui and the island. I drove around the coastline, I walked along the beaches, and I hiked the hills and central valley where the grapevines grow. From Obsidian Winery, right next door to Wai-Knot, I walked to Casita Miro, then Te Motu, ending at Stonyridge. The food was so fresh and delicious, and the wines were outstanding and much less expensive than in California’s Napa and Sonoma Counties. My beach stroll surprised me with the abundance of seashells on the sand. A google map search led me to a historical landmark near the Poukarakara Flats Campground: “rua kūmara, sweet potato storage pits,” the search result teased. How cool would it be to find these traditional kūmara storage pits? When Matariki set in the western sky at dusk as winter approached, Māori farmers would have already stored the kūmara in the pits. When storing the sweet potato, great care was taken to be sure the skin would not break to avoid rot. The rua kūmara preserved and also protected the crop against pests. I was keen on finding these archaeological pits, but after an hour of hiking around and since dusk was approaching, I gave up. Clouds also thwarted my hope to see clear night skies, but the visit to Waiheke was well worth it.

 

Español

Los domingos, la zona de Auckland donde me alojaba justo al lado de la Universidad Tecnológica de Auckland (AUT, pos sus siglas en inglés) se convierte en un esqueleto de edificios solitarios desprovistos de vida estudiantil. Antes de que me atacara la nostalgia, decidí salir de allí. El conductor de Uber que me había llevado del aeropuerto a mi apartamento cuando llegué había insistido: ¡no se pierda la isla Waiheke! El pronóstico de cielos despejados y una delgada Luna creciente que se establecería poco después del atardecer hicieron de este fin de semana el momento perfecto para ir en busca de las estrellas. Llegué a la isla en el ferri de media tarde. Después de alquilar un cacharro (“auto de la isla”, lo llamó el agente) me aventuré en la primera experiencia en Nueva Zelanda de manejar por el lado izquierdo. Las carreteras estaban bastante vacías, y apenas había turistas, ya sea en las carreteras, en los restaurantes o en mi alojamiento. Me tocó el pintoresco Wai-Knot para mí sola. Tan pronto como me instalé en mi impecable pequeña suite, un remolque amarillo reacondicionado como una especie de apartamento independiente, mis oídos quedaron asombrados por la bulliciosa y compleja llamada del pájaro mielero tui. Este hermoso, grande y oscuro pájaro nativo que se alimenta de miel tiene un pico curvo y dos pequeños pompones blancos en su garganta. La canción del mielero tui es una mezcla ruidosa y compleja de notas melodiosas intercaladas con tos, gruñidos, chirridos y jadeos. Nunca había escuchado algo así. Grabé su canción varias veces durante mi estadía en Nueva Zelanda, ya que están muy difundidos tanto en la Isla Norte como en la Isla Sur. Toco las grabaciones a menudo. Si cierro los ojos, vuelvo a Aotearoa. Waiheke fue mi primera introducción a la increíble canción del mielero tui, y me enamoré tanto del pájaro como de la isla. Manejé por la costa, caminé por las  playas y por las colinas y el valle central donde crecen las vides. Desde el viñedo Obsidian Winery, justo al lado de Wai-Knot, caminé hacia tres más: Casita Miró, luego Te Motu, terminando en Stonyridge. La comida en Te Motu fue fresca y deliciosa, y los vinos fueron excepcionales y mucho menos costosos que en los viñedos de Napa y Sonoma en California. Mi subsecuente paseo por la playa me sorprendió con la abundancia de conchas en la arena. Una búsqueda en el mapa de Google me llevó a un lugar histórico cerca del campamento Poukarakara Flats: “rua kūmara, fosas de almacenamiento de batatas”, fue el resultado que arrojó la búsqueda. ¿Qué tan genial sería encontrar estas fosas de almacenamiento de kūmara tradicionales? Cuando Matariki se ponía en el cielo occidental al anochecer a medida que se acercaba el invierno, los granjeros maoríes ya habrían almacenado la cosecha de kūmara en las fosas. El almacenaje de la batata se hacía con mucho cuidado para asegurarse de que la piel no se rompiera y así evitar la pudrición. El diseño de la rua kūmara fue logrado para conservar y proteger el cultivo contra las plagas. Estaba ansiosa por encontrar estas fosas arqueológicas, pero después de una hora de caminata y ya que se acercaba el anochecer, me di por vencida. Inesperadas nubes también frustraron mi esperanza de ver cielos despejados, pero la visita a Waiheke valió la pena.